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Ciclo de Raccoon City – Primera Parte
Por Santiago H. R. Publicado en Artículos en 24 abril 2020
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El ciclo de Raccoon City solo incluye los sucesos de Resident Evil, 2 y 3 y muy parcialmente de Zero. Por norma general, tomo prestados elementos argumentales del canon clásico sin excluir el nuevo canon de las reimaginaciones de 2002, 2019 y 2020 sin entrar, salvo lapsus calami, en contradicciones.


I

El sol de sangre se sumía en los bosques de Arklay.

El mes de mayo en Raccoon City resultaba especialmente caluroso. A ojos ajenos, Raccoon suponía un lugar para vivir, pero no me encontraba aquí con el fin de pasar una buena temporada en el medio oeste americano.

Mi cliente había insistido en que debía empaparme de información acerca de Umbrella. Nuestro contrato le obligaba a pagarme el precio acordado a cambio de que yo realizase una serie de informes sobre Umbrella y su actividad en la ciudad, también me había otorgado documentación vía correo urgente que me acreditaba como investigador y profesor adjunto en la Universidad de Racoon City. Eso era todo. ¿Qué quería exactamente? Llevaba residiendo en Raccoon desde enero y no había notado nada raro en Umbrella. Esta empresa multinacional poseía una reputación excelente gracias a sus fármacos de última generación. Sus laboratorios eran los más avanzados del mundo y sus investigaciones provenían de las mejores universidades. Matt Gorkins, unos de los genetistas más prestigiosos de Umbrella y amigo muy cercano desde el instituto, no podía explicarlo mejor en los anuncios de radio y televisión:

—Compromiso, honradez, integridad… Estos son los valores claves que forman los cimientos de la corporación Umbrella. Y son estos fundamentos los que nos permitirán construir un brillante futuro para todos nosotros.

Teniendo en cuenta que la gente que conocía dentro de Umbrella eran tan excelentes personas como mi buen amigo Matt, comencé a sospechar que mi cliente debía pertenecer a la junta de accionistas o alguna cosa así del mundo corporativo, y deseaba contar con información privilegiada sobre el resto de los accionistas o socios. Una manzana podrida dentro de una corporación ejemplar; de cualquier modo, él me pagaba, aunque he de admitir que también contaba con que él formase a la cada vez más exigua pero feroz competencia que tenía ante sí el gigante farmacéutico. Total, el espionaje industrial o empresarial es una práctica habitual. Las preguntas que me hacía no dejaban de ser inútiles. No debía importarme, ello no entraba en el contrato.


II

El sol de sangre hervía cuando se ocultó en el occidente. Tras un mes de mayo muy caluroso, llegó un junio infernal. Desde bien temprano el calor no daba tregua y las noches resultaban sofocantes como para poder conciliar el sueño en condiciones. Quizás por eso comencé a darme cuenta de hechos bastante extraños.

Dedicaba mis noches de insomnio a pasear por la ciudad. El que no haya vivido en o visitado jamás Raccoon no será consciente de lo desértica que se mostraba por las madrugadas. Cierto es que los estudiantes de la universidad y el resto de la juventud tendía a salir hasta a altas horas pero lo hacían en la zona universitaria o en el parque junto al ayuntamiento. El resto de los ciudadanos mantenían una disciplina total en cuanto a sus horarios de trabajo y ocio. Pero era verano, y la mayoría de los estudiantes locales y foráneos se habían marchado de vacaciones tras acabar los exámenes. De vez en cuando veía a algún doctorando tristón rondando por alguna de las facultades, rumiando, según me parecía, el cómo estaban invirtiendo su juventud.

Divagaciones aparte, entre finales de mayo y principios de junio (soy incapaz de precisar una fecha) veía durante mis paseos nocturnos una serie de ambulancias saliendo y entrando de la ciudad a toda prisa. Pero sin las sirenas encendidas. Qué raro me parecía entonces. Como este suceso se repetía día tras día, opté por seguir la calle Bettery, en la cual tenía mi piso alquilado, llegando a Filbert y dirigiéndome hasta la calle Mission. Allí, siendo lo más discreto posible, me acerqué al Hospital Spencer Memorial. Y los vi: Personas armadas y enfundadas en trajes blancos y amarillos, parecidos a los que se ven en los documentales de desastres nucleares o brotes víricos en países dejados de la mano de Dios, se montaban en las ambulancias. ¿Eran sanitarios? No tenían pinta alguna.

Todas las ambulancias salían disparadas en dirección noroeste por la calle Mission siguiendo las vías que conducían a las montañas Arklay. Había nerviosismo y movimientos acelerados pero muy certeros. Nunca los vi sin trajes o hablar entre ellos en voz alta, solo en susurros. La policía no hacía acto de presencia, pero aun así subí la calle Army y me encaminé hacia mi derecha resguardándome tras la verja del parque de Raccoon. Desde allí tenía una buena panorámica de lo que estaba sucediendo.

La parte trasera del hospital bullía de gente enfundada en trajes protectores. Algunas ambulancias retornaban a gran velocidad y descargaban… ¡Descargaban bolsas de cadáveres! Si en cada vehículo se montaban cinco o seis trajeados, regresaban vivos la mitad, pero sacaban hasta una decena de bolsas ensangrentadas. El histerismo desatado allá se me contagiaba. No quise observar más y regresé a mi piso de Bettery.

¿Dónde me había metido? Eran casi las cinco de la mañana, pero decidí ponerme en contacto con mi cliente. Quería respuestas.


III

Mi cliente no me cogió el teléfono. Sus pagos semanales eran regulares, pero nunca monitorizaba mi trabajo, y ahora esto me desesperaba. Apenas pude dormir de lo nervioso que me encontraba…

Sin darme cuenta había dormido unas cuatro horas, cantidad insuficiente a todas luces. Me duché para despejarme y me preparé un café bien cargado. Tenía claro que debía ponerme en marcha. Rebusqué entre la miríada de papeles y documentos falsos que me había facilitado mi cliente antes de mi viaje a Raccoon. Entre el papeleo encontré el contrato de la Universidad de Raccoon City mediante el cual yo pasaba a ser profesor adjunto de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales. Mi supuesta investigación me permitía investigar en las principales instituciones de la ciudad: Ayuntamiento, Junta vecinal, la propia Universidad, la comisaría…

Agarré el teléfono una vez más. Sabía a quién tenía que llamar. Tras unos largos minutos esperando, una mujer contestó. Era su secretaria. Le di mis datos, todos, pero insistí en que los dos éramos muy amigos y que no me dejase hablar con él cuanto antes. Solo me hizo esperar cinco minutos.

— ¿Raccoon City? ¿Qué haces allí?

—Tengo contrato como profesor durante un año…

—Si no acabaste el doctorado.

—No ese año, Matt, pero sí al año siguiente.

—¿Y qué quieres? Ando muy ocupado en un proyecto conjunto con nuestros compañeros de Europa.

—Necesito que me des vía libre para investigar en el hospital.

—¿Para qué? El Spencer Memorial está bajo la dirección de Nathaniel Bard, no la mía. Habla con él.

—El hospital funciona de manera óptima, y quiero encontrar la correlación entre buena gestión y administración y unos outputs excelentes.

—Todo en Umbrella funciona de manera óptima. De cualquier modo, le mandaré un correo electrónico a Nathaniel Bard sobre tu investigación, pero no te prometo nada. Es un tipo un tanto peculiar. Te mandaré otro correo con la respuesta. No hagas nada hasta que lo recibas.

—Gracias, Matt, de verdad.

—No hay de qué, pero procura llamarme de vez en cuando, que solo lo haces para pedirme favores.

—Eso es verdad, pero no lo hago con mala intención.

Crucé los dedos esperando que el tal Nathaniel Bard aceptase, pero debía ponerme en marcha hacia mi siguiente objetivo. Miré por la ventana, ansioso perdido, deseando no ver esas ambulancias con las sirenas apagadas. La ciudad parecía se mostraba tranquila, como si lo sucedido por la noche hubiera sido una alucinación o un mal sueño.

Tenía aún toda la mañana por delante. El Raccoon Police Deparment, el R.P.D., la comisaría de la ciudad me esperaba.


IV

Desde fuera el edificio impresionaba, pero cuando entré me quedé todavía más absorto admirando la decoración, en concreto la estatua de una diosa esculpida en mármol situada tras la recepción. El ambiente era tranquilo y se respiraba la camaradería y la quietud. La luz matina atravesaba las cristaleras del techo. “Es un lugar hermoso, demasiado para ser lo que es. Toda la puesta en escena está estudiadísima.”

Le di la documentación a uno de los tres policías tras la mesa de recepción. Más allá de un suspiro, no me puso ninguna pega, pero me dio varias indicaciones:

—No puede acceder al archivo, ni a las salas de interrogatorios, así como tampoco puede usted acceder a las reuniones en el caso de que se produzcan. Por supuesto, el acceso al despacho de Brian Irons está totalmente prohibido salvo que él mismo en persona le dé permiso.

— ¿Brian Irons?

—El jefe de policía; su despacho está en la segunda planta este.

Debía reconocer que no tenía ninguna intención de hablar con el tal Irons, pero sí estar al tanto de las conversaciones de los policías. Me sentí excitado al actuar como una suerte de detective privado en mitad de toda una comisaría, pero elegí ser precavido y dedicarme a deambular por los pasillos. Primero debía ganarme la simpatía de algunos de esos polis, eso por descontado.

Abandoné el abarrotado vestíbulo principal de la comisaría y fui derecho hacia una suerte de sala de espera en el ala oeste. Allí, inclinado y hablando a través de una ventanilla, vi a un policía ataviado con un llamativo chaleco amarillo. Esperé a que terminara de hablar y después le saludé. Su rostro denotaba bondad e inocencia. Le hablé sobre mi supuesta investigación. Él, ni corto ni perezoso, me agarró por el hombro y me llevó en dirección hacia…

— ¡Tienes que ver nuestra oficina! ¡Los S.T.A.R.S somos el orgullo del cuerpo de policía! ¡Los mejores, los buenos de la película! ¡En serio!

Mi suerte fue increíble: había dado con la típica persona parlanchina y confiada. Continuó hablándome de esos S.T.A.R.S. sin parar de taladrarse el hombro izquierdo con el dedo. Me explicó que ese cuerpo de élite se encargaba de apoyo policial, rescates y demás operaciones tácticas. Brad, pues así se llamaba el que ejercía de cicerone, había logrado un puesto como piloto dentro del equipo Alfa. El otro equipo de S.T.A.R.S. era el Bravo, pero no era, ni por asomo, tan bueno como el Alfa según Brad.

— ¡El equipo Alfa tiene a Brad! ¡Una auténtica ventaja!

Cuando llegamos a la oficina de los S.T.A.R.S. ya me dolía la cabeza de escucharle. La oficina estaba sita en la segunda planta oeste, pero el medio loco de Brad me había hecho todo un tour: primero por la primera planta; luego un poco por la segunda, donde estuvo a punto de pillar a uno de sus compañeros desnudo en las duchas; por último, me enseñó un viejo trastero y ahí fue donde me di cuenta de que la comisaría había sido un antiguo museo. Desde ese trastero me dirigió hacia una biblioteca preciosa pero no muy funcional. Una de las salidas de la biblioteca daba un pequeño vestíbulo presidido por una estatua un unicornio, hecha del mismo material que la de la diosa. Qué ostentoso era todo para ser una simple comisaría. Dejamos la estancia para ir hacia un pasillo que ahora, por fin, nos llevó a la oficina de S.T.A.R.S.


V

El alocado Brad me dio a conocer a los allí presentes: Enrico, la novata Rebecca, Richard, Jill, Barry y a Chris. La mayoría de ellos me recibieron de buena gana, aunque la tal Jill me miró con desconfianza, pero el que se mostró más cercano fue Chris.

—Una investigación para la Universidad, ¿eh? Poco vas a aprender, me temo. Raccoon es una ciudad tranquila y nunca hay problemas serios. De no ser por Arklay, nosotros no seríamos necesarios, pero ese bosque, desde que es Patrimonio Nacional, necesita de un Cuerpo que se encargue de custodiarlo junto a los forestales del condado. Eso es lo que hacemos: encargos de apoyo a forestales.

Jill lo miró algo seria, no parecía de esas personas que les gustase hacer bromas o estar de buen humor. “Demasiado profesional”. Pero tuvo un detalle que me gustó mucho. Brad era como un niño en el cuerpo de un hombre adulto, y le gustaba coleccionar muñequitos de Mr. Raccoon, la mascota de la ciudad, por lo que Jill le regaló un Mr. Raccoon montado en un tiranosaurio. Brad brincó de alegría y le dio tal abrazo que Chris y yo pensamos que le había partido la columna.

El clima cambió cuando entró un hombre de una altura considerable y rubio, muy rubio. Minutos después me estrechó la mano y se mostró muy cordial y dispuesto, pero de él emanaba una frialdad que me hizo sentir incómodo en todo momento. Me invitó a entrar a su despacho dentro la oficina de los S.T.A.R.S.

—Una investigación interesante —me decía mientras ojeaba mis papeles—, pero aquí no encontrará mucho. Las instituciones funcionan bien porque no hay problemas, y no hay problemas a causa de la alta renta de la mayoría de los ciudadanos, y la alta renta es gracias a los salarios de Umbrella. Esta farmacéutica emplea a más del noventa por cien de las personas en edad de trabajar.

Todo un detalle. —Chris acababa de entrar en el despacho. Se sentó a mi lado-—. Umbrella no ha olvidado sus orígenes pese a haberse convertido en una multinacional. Cualquier otra compañía habría abandonado Raccoon, pero Umbrella sigue cuidando de la ciudad.

La silla de Wesker rechinó cuando este se echó hacia atrás. Sus ojos mostraron compasión y orgullo. Una mezcla rara.


VI

Invertí la mañana visitando el resto de la mañana hablando con el resto de S.T.A.R.S., conocí a unos cuantos policías y me maravillé con la comisaría. “Un museo, era un museo. Qué belleza”. Pese a todo, no conseguí conocer a Brian Irons. Wesker me explicó que no era un tipo muy dado a hablar con gente poco importante. Para evitar que me sintiera ofendido, me dejó bien claro que hasta a él le costaba conseguir reunirse con Irons.

Para no hacerme pesado, les dije a Brad y Chris, que ya eran como mis amigos, mis intenciones de pasar la tarde en el hospital. Me invitaron a pasarme por la comisaría todas las mañanas que pudiera y a tomarme algo con ellos por la noche. Accedí de buen gusto.

De mal gusto fue, sin embargo, la recibida que me ofreció Nathaniel Bard al llegar al hospital. Antes de allá, miré mi portátil y me cercioré de que Matt me hubiese contestado. La respuesta era positiva: Nathaniel Bard quería hablar conmigo.

El hospital no se quedaba atrás en cuanto a belleza con respecto a la comisaría aun sin poseer ese toque tan recargado. Una enfermera, que también hacía las veces de secretaria de Bard, me llevó hacia el laboratorio de su jefe nada más verme.

—Tenemos aquí a todo un científico social. Lo que ustedes hacen en sus facultades ni son ciencias ni son sociales. Son unos completos inútiles que jamás han sabido desarrollar una hipótesis sin masturbarse con una serie de teorías ideológicas absurdas. ¡Sociólogos! ¡La puta que los parió a todos! A veces llaman a mi casa haciendo encuestas, y les suelo contestar que soy mujer negra, judía, inmigrante, miembro del Ku Klux Klan, salafista en formación, pastor de caracoles, travesti bisexual, simpatizante nazi, defensor del comunismo y explorador de fosas abisales. ¡Oíd mi rugido! ¿Tiene alguna teoría en la que pueda integrarme o debería de ser objeto de estudio de esos chamanes chupapollas que son los psicólogos? No me conteste, no hace falta. Tiene libertad total para moverse por el hospital siempre y cuando no dé por el culo más de la cuenta ni se dedique a ver desnudas a las empleadas. Con las enfermas puede hacer lo que quiera, pero no manche mucho las sábanas. No quiero volver a verle. Muérase.

Obviando a Bard, el hospital resultó ser un lugar más o menos agradable. La influencia de Umbrella era total, ya que sus fármacos y tratamientos resultaban muy efectivos. No percibí nada fuera de lo normal, tampoco observé rastro alguno de las personas embutidas en trajes de protección. Nada de nada.

Me marché del Spencer Memorial sin información importante, pero el quedar con algunos S.T.A.R.S. en el Bar Jack me levantó el ánimo. Como en todos los trabajos, había grupos, y los S.T.A.R.S. no eran una excepción. Jill, Barry, Chris y Brad formaban un verdadero núcleo de buenos amigos. Sus conversaciones no me aportaron gran cosa, pero me reí mucho con ellos, y hasta Jill parecía más amistosa que por la mañana. El que seguía incombustible era Brad. Hablaba por los codos y solo contaba chistes verdes y chismorreos entre risas. Sí, en verdad se trataba de un niño grande.

Al despedirme de ellos, fui directo a mi piso en Bettery. El día me había cundido, así que el calor no me impediría dormir. Me sentía cansado. Con todo, me puse el despertador a las 3 y media de la madrugada para estar ojo avizor por si se repetía lo de la noche anterior.

Y se repitió.


VII

Andaba aun somnoliento cuando las ambulancias silenciosas iban y venían por la ciudad. Esta noche elegí no salir, pero me escamaba sobremanera que nadie en la ciudad notase nada. ¿De verdad nadie se daba cuenta? ¿De verdad?

Continué mi rutina visitando la comisaría por las mañanas, pero alternaba mis visitas al Ayuntamiento y al hospital por las tardes. El alcalde resultó ser Michael Warren, un hombre de apariencia pulcra y de modales intachables. Me recibía casi todos los días que visitaba el Concejo sin mayores problemas y no evadía ninguna pregunta sobre mi falsa investigación. Siendo sincero, se mostraba muy satisfecho ante mis halagos de la excepcional gestión de la ciudad, pero nunca mencionaba a Umbrella, que, sin duda, era el origen de todo lo bueno de la ciudad. No saqué el tema durante nuestros encuentros.

Casi el resto de junio se desarrolló de forma normal, pero yo no cesaba de mandar correos electrónicos a mi cliente sobre la situación nocturna. Jamás me contestaba. He de confesar que de no haber sido por mi incipiente amistad con algunos miembros de S.T.A.R.S., habría acabado nervioso y desesperado por completo: nervioso porque la actividad de las ambulancias por la noche me dejaba una sensación de que la ciudad entera guardaba un “algo” que no me terminaba de gustar; y desesperado porque no sabía si realmente mi cliente conocía ese “algo” que envolvía Raccoon y me había mandado allí a sabiendas, para no mancharse él mismo. No llegué a temer por mi integridad física, pero la aprensión que me asaltaba por las noches bien podría haberme llevado a la locura.

Pero no, la situación dio un giro de ciento ochenta grados justo cuando el mes de junio estaba próximo a su fin. Una serie de asesinatos en las montañas Arklay había puesto en estado de alarma a toda la ciudad. Las excursiones veraniegas a las montañas se cancelaron, se aprobó una suerte de toque de queda, la policía comenzó a patrullar la ciudad, y la Junta vecinal junto con la prensa pedía al alcalde que solucionase la situación cuanto antes. Y Warren presionaba a Irons. ¿Quizás esas personas trajeadas habían tratado de contener algún tipo de asesinatos? ¿Sería un ataque terrorista encubierto que intentaron frenar? ¿Pero esas personas eran miembros de la policía o de… Umbrella? Creo que ahí até el cabo que faltaba: ¿Umbrella tenía tanto poder en la ciudad que bien podría ser muy posible que Irons y Warren hubiesen delegado sus funciones en miembros de Umbrella? Viviendo en la América corporativa no me sorprendía, pero la situación se les había ido de las manos.


VIII

El mes de julio fue una auténtica locura. Las calles vacías y los negocios cerrados a cal y canto durante la noche. Nadie andaba solo ni siquiera a plena luz del día. En Arklay se estaban llevando a cabo verdaderas matanzas. La prensa y televisión se hacían eco de manera constante, y las autoridades dieron permiso para que se difundieran imágenes la mar de truculentas.

La Oficina del Sheriff del condado hacía lo que podía, pero solo se limitaban a encontrar nuevos cadáveres. Hasta el 8 de julio, día (noche del 7, mejor dicho) en que desaparecieron dos miembros del cuerpo de la Oficina. La ciudad estalló; lo que meses antes me habían parecido ciudadanos aborregados, ahora me parecían personas asustadas ante la incompetencia de sus autoridades, las cuales no estaban preparadas para afrontar ese tipo de situaciones, acostumbras como estaban a la tranquilidad.

El 9 de julio fue un día que jamás se me olvidará. Llegué a la comisaría y la vi sumida bajo un aura de pesadumbre, vergüenza e impotencia. Incluso Brad hablaba menos de lo habitual. Me hallaba tomándome un café con Jill y Enrico en la oficina de S.T.A.R.S., pero un Foster nos sacó de nuestra conversación a gritos.

— ¡Irons va a dar una rueda de prensa! ¡Venid!

La sala de prensa estaba llena a reventar de periodistas acreditados, cámaras, autoridades (incluido el alcalde) y los miembros del cuerpo de policía de mayor jerarquía: Irons y Wesker. Marvin, un policía veterano y muy bien considerado rehusó el acompañarlos con la misma cortesía que ellos dos habían hecho el ofrecimiento.

Tras una introducción en la que participó el alcalde Warren exponiendo la gravedad del asunto, Irons tomó la palabra, y fue mi directo:

— Entramos en la fase de estudio del plan de investigación y rescate en las montañas Arklay para atajar esta ola de asesinatos que está asolando la zona durante las últimas semanas. La misión estará diseñada por el capitán de los S.T.A.R.S. Albert Wesker y la llevará a cabo el equipo Bravo.


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