menu Menú
El día que lloré jugando a Wii Fit
Por Javier Enrique Alonso Publicado en Artículos en 7 abril 2020
Sufrimiento en Curse of the Dead Gods | Primeras impresiones Anterior Análisis | Bleeding Edge, el lado más canalla de Ninja Theory Siguiente

Una de las tantas situaciones nuevas que estamos viviendo por el estado de confinamiento es el hecho de que tenemos más tiempo para estar con nosotros. No hablo en el sentido más literal del concepto. Si no de cómo mucha gente se está conociendo más a sí misma como efecto secundario del aislamiento. Y eso puede llegar a ser muy duro.

Las situaciones extremas sacan lo mejor y lo peor del ser humano. Es vital conocerse bien a uno mismo para poder mejorar como persona y contribuir al bienestar de los demás. Porque una cosa es la parte de ti que enseñas a los demás y otra es la que existe de verdad. Es como una versión tuya, que convive contigo y que solo tú puedes conocer, aunque a veces ni si quiera sabes quién es.

Ahí está todo lo que no te atreves a sacar. Ahí está la verdad que duele aceptar. Ahí está todo lo que has ido escondiendo al mundo. Hay quien se está empezando a conocer y no le gusta lo que ve. No pasa nada. Aceptarse o cambiar es un proceso lento. Es un trabajo diario. Todos tenemos aspectos complicados con los que toca convivir y que cuesta modificar. Aceptarlos es solo el primer paso.

Por lo tanto, durante estos días, he tratado de corregir mi preocupante procrastinación y mi poca constancia retomando las actividades físicas en la medida que esta situación nos permite. Es aquí donde entra el factor Wii Fit en el texto. Que mejor forma de engañar al cerebro que gamificando el ejercicio, pensé. Ataviado con pantalones cortos y habiendo desempolvado la tabla, me dispuse a cambiar las pilas y lanzarme a la aventura.

Aunque poco sabía yo de quien me estaría esperando al otro lado de la pantalla. Para mi sorpresa, no era la entrenadora que reparte guantazos en Smash, si no otro pedazo de mi yo interior. Me estaba esperando con paciencia para tener una charla conmigo. Pero los que hayáis llegado a estas líneas vas a necesitar un poco de contexto para poder continuar.

Esa tabla, que antes ocupaba un oscuro rincón en la esquina de mi habitación, llegó hace más de 5 o 6 años de manos de mi padre. Entró en casa como el típico regalo para hacer deporte en familia que poco a poco se fue quedando obsoleto. Yo jugué a unos cuantos minijuegos y después pasó a ocupar un espacio apartado de mi vista como prueba de mi pereza.

En ese momento, mi pequeño amigo todavía estaba con nosotros en cuerpo presente. Así que el día que estrenamos el cacharro, recordé uno de los añadidos que traía la versión plus del juego de ejercicio: Controlar el peso de tu mascota.

Con lo que agarré al pequeño Dowin en brazos y, con una intención más cómica que deportiva, le subí conmigo a la tabla para crearle su perfil. No había demasiadas opciones tampoco, pero poco importaba. Ya lo teníamos en la pantalla con su pequeño avatar. Que haciendo un pequeño ejercicio de imaginación, se parecía bastante.

Dicho todo esto, creo que ahora os podéis hacer un poco a la idea de la situación con la que me topé al volver a esa partida. Ahí estaba yo, una tarde más de confinamiento, con un cielo gris afuera y temblando con un Wiimote en la mano. Allí me encontré con un pedazo de mi que pensaba que lo había ocultado bien. Pero ahí estaba, gritándome a voces una realidad que costaba digerir: Todavía no lo has superado.

Hace 3 años, en una tarde cualquiera pero de un día feliz y soleado, mi perro se marchó de casa para no volver a entrar jamás. Lo llevamos a por una limpieza y cortado de uñas, que el pobre lo pasaba muy mal si lo intentábamos hacer nosotros. Ese día le hicieron un examen donde detectaron algo extraño en sus pulmones, lo que derivó en un largo lapso de incertidumbre hasta que llegó el día de terminar con su sufrimiento.

Recuerdo muchas cosas de aquel día. Recuerdo llorar. Recuerda gritar. Recuerdo abrazar a mi madre. Recuerdo a mi novia abrazándome a mí. Y creía recordar que lo había superado. Pero tan solo estaba evitando recordarlo. Y ahí estaba mi pequeño, en forma de avatar eterno que perduraría lo mismo que el CD donde se encontraba.

Los videojuegos tienen una capacidad oculta pero sorprendente. Una película por ejemplo es un metraje con una duración determinada que empieza y acaba de la misma forma. Pero hay partidas que encapsulan infancias enteras. Si le quitas el polvo a tus viejos juegos, vas a abrir cientos de recuerdos que allí estaban esperándote. Como una capsula del tiempo que entierras cuando eres joven. Y que te da una agradable sorpresa al crecer.

Gracias a esta situación donde tenemos más tiempo para nosotros mismos, pude conversar. Pude reflexionar y mirar el lado positivo. Pude hacer de tripas corazón y adentrarme en la rutina. Decidí usar esta partida como impulso. Y creedme que es duro. Es duro que un personaje con la forma de la tabla que estás pisando te diga que hace tiempo que no pesas a tu perro. Que le echa de menos. “Yo también le echo de menos” pensé el primer día.

Se que es una historia muy personal y que está relacionado con los videojuegos de forma tangencial. Pero quería compartir con todo el mundo una bonita reflexión que saqué mientras jugaba. Y es que entrenando tu cuerpo a diario te das cuenta de que el ser humano no es más que una máquina. Una que requiere de una serie de materias primas para funcionar y realizar su ciclo vital. Una mascota es, a su manera, otra máquina. Una que consume recursos como tú. Pero que a cambio, te da algo que a veces cuesta mucho conseguir: Amor. Uno de los amores más puros y sinceros que puedes recibir en este mundo.

En este periodo donde sacar al perro a pasear se ha convertido en un acto casi glorioso, os lo pido por favor: Cuidad a vuestras mascotas. Cuando todo esto pase, tenéis que seguir dándole la misma atención. Estoy seguro de que más de un pobre animal ha tenido que esperar a que viniera una pandemia mundial para que su dueño le diera un poco de atención.

Cuando todo esto pase, que esperemos que sea lo más pronto posible, está claro que no seremos los mismos. Y eso no tiene que ser malo. Se puede aprovechar para conocerse un poco más. Para aceptar nuestros problemas y ponerles solución de una vez por todas.

Jamás pensé que me pondría en serio con el deporte. Ni tampoco pensé que lo haría dentro de casa, sobre una tabla parlante, en un prado virtual y con mi querido compañero al lado, ladrando mientras corremos juntos. Descansa en paz, Dowin. Tanto tu avatar, como estas palabras, perdurarán para siempre. Igual que todo el amor que nos dejaste.



Anterior Siguiente

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cancelar Publicar el comentario

keyboard_arrow_up