Imaginad un patio de colegio. Con sus porterías sin red, las fuentes que saben a rayos y el olor a bocadillo de mortadela. En una esquina, tenemos a dos grupos de niños hablando sobre dibujos animados. Hasta que uno de ellos parece que tiene ganas de meter un poco de caña a la conversación:
—Pikachu es mucho más fuerte que Agumon, con un impactrueno lo derrota a la primera —dice Pablo mientras saca la lengua.
—Pero que dices, pringao. Agumon puede digievolucionar tonto, es mucho mejor que una rata amarilla —le responde Carlitos con violencia.
Esta conversación no tiene mayor relevancia. Son niños realizando sus primeras interacciones sociales. El objetivo de la discusión entre Carlitos y Pablo no es más que el de ganarse el derecho de poder decir que el personaje que le gusta es el mejor. Ya que eso le dotará de presencia y comentarios positivos por parte de sus compañeros. Y para ello, utiliza argumentos que desde su perspectiva son irrefutables. Casi objetivos.
El ser humano es así. Que en el fondo, puede no ser algo tan negativo. Creo que todo el mundo, en mayor o menos medida, buscamos sentirnos validados. Saber que estamos tomando las decisiones correctas en nuestra vida. Constatar que el camino que hemos elegido es el adecuado. Y para ello, muchos buscan la aprobación de la masa. Porque claro, mucha gente que opina lo mismo no puede estar equivocada.
Y con eso nos conformamos y vamos tirando. Ya que nos ahorra darle tantas vueltas a la cabeza. Cuando tienes 6 o 7 años es algo perfectamente entendible. Estás forjando lo que en un futuro será tu personalidad y la forma de interactuar con los demás. Hasta que llega un punto en que maduras y desarrollas un criterio junto a una forma concreta de ver el mundo. Lo que sucede es que algunos no salen nunca de ese patio de colegio.
Las cebollas, al igual que los ogros, tienen muchas capas. Con los videojuegos pasa algo similar. Hay quien los disfruta solo por la primera capa. Que lo compra, se lo pasa mejor o peor y lo deja en la estantería. Por otro lado, hay quienes nos gusta indagar un poco más para ver todo lo que hay detrás. Y no estamos hablando de la absurda división «hardcores» o «casuals» si no de interés por una determinada disciplina.
Empresas, equipos de desarrollo, intenciones, mensajes, subtextos… Detrás de cada título hay una vorágine de conceptos. A veces positivos y otras no. Pero hay gente que va mucho más allá. Hay quienes van hasta el corazón de la cebolla y adoptan los videojuegos como una extensión de sí mismos. Como parte de su personalidad.
Y respeto absoluto hacia esa gente, de verdad, eso que vaya por delante. Los videojuegos son experiencias fascinantes que son capaces de marcarnos para toda la vida. Muchos de nosotros estamos donde estamos gracias a ellos. Todos estos sentimientos son preciosos en realidad. Hasta que se comete el error de llevarlo al terreno de lo personal. Aquí es donde todo se tuerce.
Estamos viviendo lo que considero el peor momento de la nueva generación de consolas. Hablo de estos meses previos donde se empiezan a compartir detalles. Donde los rumores son el pan de cada día. Y los insultos han sustituido los buenos días. Lo peor de todo es que cuando salgan las nuevas máquinas seguiremos en tiempos oscuros. Internet se inundará de videos comparativos donde tenemos 2 frames más en una y una sombra un poco más oscura en la otra.
Perdemos el norte con mucha facilidad. Pasamos de las comparaciones de hardware a los ataques personales. Del análisis técnico a declararse victoriosos de una guerra inventada. Me encantaría sentarme un día con alguno de estos soldados a que me explique que es lo que están ganando. Pero ya me huelo cual va a ser la conclusión: He ganado el derecho de decir que mi decisión de compra ha sido la mejor.
Siempre que entro en alguno de estos hilos de discusiones e insultos eternos me inunda la tristeza. Porque veo que hay cientos de jugadores que, en lugar de invertir su tiempo en disfrutar de lo que aparentemente es su pasión en la vida, prefieren gastarlo en editar imágenes ridículas con las que burlarte del contrario. En el fondo, no es más que una batalla de egos. Después de los disparos y las granadas, la intención es que el último que quede en pie sea el que se proclame como la persona con el mejor criterio.
Y aquí no estoy entrando en analizar nada. No pretendo sacar conclusiones sobre empresas, juegos, consolas ni nada en absoluto. Quiero invitar a la reflexión. A todos aquellos que sienten la imperiosa necesidad de demostrar que su elección es la mejor. ¿Por qué sois tan inseguros? ¿Por qué tenéis la necesidad de decirle a todo el mundo que vuestra elección es la correcta? Si estás contento con tu decisión, adelante, que nadie te diga lo contrario.
No olvidemos que aquí estamos para lo que estamos. Para reír y llorar, para saltar y gritar, para emocionarnos y descubrir sensaciones nuevas gracias a los videojuegos. De que sirven las especificaciones, los frames o los tiempos de carga cuando un juego no te hace sentir. Eso es de lo que deberíamos estar hablando. Compartir una pasión con los demás es de las cosas más bonitas que podemos hacer. ¿No os resulta increíble hablar con una persona a la que le encanta algo?
Pero al final del día, parece que es lo que menos hacemos. Preferimos gastar nuestro tiempo en defender nuestros «ideales». Lo coloco entrecomillado mientras me rio a carcajadas porque puede que sea el motivo más absurdo por el que discutir. Estamos hablando de personas que se cabrean con otras por decisiones de compras de un hardware pertenecientes a empresas multimillonarias. Creo que ningún autor de cyberpunk vio venir esta distopía.
Y la guerra de consola no es más que un reflejo de lo que somos. No es cuestión de ponerse en modo Joker y volverse un intensito. Pero si que creo que más de uno debería quitarse unas cuantas capas. Dejar de tomarse las críticas hacía un juego como una crítica hacia su persona. Dejar de defender a empresas como si fueran parte de su familia.
Mientras unos discuten por el SSD o los teraflops, otros se han pasado el fin de semana jugando a Nioh 2, a Bleeding Edge o a Animal Crossing. Y al final cada uno de ellos ha elegido una máquina u otra por los motivos que han visto convenientes. Pero todos se lo están pasando en grande con lo que de verdad es importante, haciendo caso omiso a las críticas y discusiones banales de los que quieren convertir esta industria en una forma de sacar a relucir su precioso ego.
La industria del videojuego tiene cientos de capas. Debajo de algunas se esconden historias increíbles capaces de cambiar vidas enteras. Sensaciones emocionantes que ningún otro medio es capaz de replicar. Y muchos se empeñan en vivir bajo la capa de la arrogancia y la prepotencia. Quizá debamos de abandonar de una vez los patios de colegio y comenzar a centrarnos en el verdadero motivo por el que estamos aquí.
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