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El boicot moral a Nintendo
Por MikelB Publicado en Artículos, Destacado en 15 octubre 2020
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El club fundado hace casi un año por Martin Scorsese parece que tiene un nuevo afiliado. Nada menos que Alan Moore, excéntrico creador de comics como La Cosa del Pantano o Watchmen. Ambos sostienen que el cine de superhéroes infantiliza a la sociedad, que eso no es cine. Vamos que, si es por ellos, prohibición al canto y retirada del carnet de “eso es cine”. Da la causalidad que tanto Scorsese como Moore estrenaban película o serie. Ay, pillines. Por segunda vez consecutiva, el mercado amigos. Lo curioso es que los dos afirman que no ven películas de superhéroes. Moore llega a concretar que desde el Batman de Tim Burton. Es como los que no juegan a videojuegos y dicen que “la estructura del videojuego tiene que cambiar” mientras mueren en modo fácil 40 veces seguidas. O como los que, tras el anuncio de un Nintendo Direct, empiezan a afilar las uñas del empresario que llevan dentro.  

Super Mario 3D All-Stars. Pokemon. Los llamados refritos de Wii U. No importa lo que Nintendo anuncie porque la respuesta de ciertos sofistas digitales no varía. Sus monsergas morales son más antiguas que las conversaciones entre Sócrates y Platón. Aunque la diferencia sea palmaria. Los viejos griegos trataban de resolver problemas filosóficos sobre la pólis ideal para todos, la vida en las ciudades griegas y la definición de conceptos como felicidad, sabiduría, virtud o justicia. Hoy, los nuevos sofistas se dedican a dar lecciones morales que, única y exclusivamente, revelan envidia. Nos enfundamos el traje de fontanero emprendedor y retrocedemos unos años para ver de dónde procede ese maldito pecado.

Parte de nuestro viaje de hoy comienza por la primera mitad del siglo XX en los bares de Chicago o Nueva York. Años antes de que llegara la Magnavox Odissey de Ralph Baer o el Spacewar de Steve Russel, el sector del entretenimiento tenía nombre de pinball, juegos de feria o gramola. El inicio de los predecesores de los videojuegos no fue fácil. Las máquinas de pinball estuvieron prohibidas durante años por contener elementos de apuesta. Una vez más, el gobierno intentando imponer su orden moral. Como vemos, la censura (esta vez no solo moral) de algún que otro charlatán no es novedad. Pero toda prohibición sobre productos o servicios demandados acaban de la misma manera: en el mercado negro. Tras varias disputas legales, acabarían legalizándose.

Nuestra siguiente parada se encuentra al otro lado del pacifico en el año 1889. En el barrio de Ohashi (Kioto). Fujasiro Yamauchi, artesano y jugador de cartas, inauguró una tienda que daría mucho que hablar en el futuro. Su nombre fue Nintendo. Aquí necesitamos una de nuestras paraditas técnicas para desandar todavía unos siglos más.

No se puede entender el sector del entretenimiento en Japón sin hablar de Karuta, juego de cartas japonés. Su origen se encuentra en las primeras relaciones entre Europa y Japón (siglo XIV). Como consecuencia de aquellos viajes, muchos marineros portugueses aprovechaban los descansos de sus largas travesías para entretenerse con juegos de naipes. A los nipones les gustó y la afición fue creciendo entre la clase aristócrata de Japón surgiendo nuevas y variadas modalidades. Pero llegó el periodo Edo. Al igual que con el pinball, también se apostaba dinero, por lo que el Tokugawa de turno prohibió aquellos modelos que no tenían finalidad “educativa”. Traducido, prohibió lo que le dio la real gana.

Tras el periodo Edo, llegó la llamada Restauración Meji. Y con ella, volvieron a permitir los juegos de cartas. Hay que remarcar que hasta entonces, Yamauchi fue uno de esos ilegales que frecuentaba las salas de juego prohibidas que había en algunos establecimientos de Japón. Como hemos dicho antes, el mercado negro. Funcionaba de la siguiente manera. Para que el cliente se diese cuenta si había salas para jugar clandestinamente a las cartas la contraseña era rascarse la nariz. En caso de ilegalidad afirmativa, el segurata te pasaba a la trastienda y podías jugar tranquilo. Todo esto de rascarse la nariz fue en honor a Tengu, personaje mitológico japonés que todos habremos visto alguna vez, con la nariz larga y piel roja. Nuestro protagonista no lo olvidará.

Sigamos. Las primeras cartas en ser comercializadas por el artesano Yamauchi fueron las Hanafuda. Aunque tuvo un gran éxito inicial, el proceso de fabricación era muy costoso y Nintendo se enfrentó a severos problemas financieros. Como todo negocio en el que te juegas tu capital, la competencia y la demanda de los consumidores hizo que el pionero japonés tuviese que buscar soluciones. Yamauchi, al igual que Microsoft 100 años más tarde, hizo uso de la tan importante y menospreciada “asignación de recursos escasos que tienen usos alternativos”. Y una de las soluciones que halló fue reutilizar y comercializar las cartas viejas a precios más bajos. ¿Y cómo las llamó? Tengu. Ninguna receta mágica. Economía.

Me encantaría seguir con las cartas y la familia Yamauchi pero por falta de espacio y asumiendo el riesgo de aburrir al personal, continuaremos la historia del gigante nipón en siguientes entregas. Si debemos grabar algo en nuestra mente es que el gigante del entretenimiento que conocemos hoy surgió de una idea de Yamauchi hace 130 años para vender juegos de papel. Lo fascinante es que Nintendo no ha parado de evolucionar hasta nuestros días. Un camino plagado de más éxitos que fracasos. Ninguno de ellos ha podido parar a los japoneses. Se han adaptado a cada situación y escenario. Nos pueden gustar más o menos sus productos, su cultura corporativa o su enfoque conservador. Pero seguro que todos hemos disfrutado con algún juego suyo. No seas remolón lector y confiesa. La lista es infinita. Venga, me animo con uno. Donkey Kong 64. ¿Y tú?

Actualmente, tras lanzar miles de productos y convertirse en parte de la cultura pop, la prueba más concluyente del éxito de la compañía nipona la podemos ver en Nintendo Switch. En apenas 3 años de vida, Nintendo Switch ha superado los 60 millones de unidades vendidas superando a la mítica NES. Aunque todavía le quede camino para llegar hasta los 100 millones de Wii, no se quedará lejos porque su catálogo es una maravilla. Catálogo que no para de crecer en número y en ventas. Sólo falta echar un vistazo a los 10 juegos más vendidos en septiembre en España, 5 de ellos son de Nintendo Switch. Y el primero, sorpresa. Super Mario 3D All-Stars. Qué duro tiene que ser.

No puedo terminar este artículo sin hacer una ronda de menciones especiales. De más a menos. Uno de los juegos que más he disfrutado esta generación es The Legend of Zelda: Breath of the Wild. Tampoco han faltado las partidas online de Mario Kart 8 o Splatoon. Así como el plataformeo llevado hasta las últimas consecuencias de Super Mario Odyssey. O novedades interesantes como Mario + Rabbids Kingdom Battle. Y no podemos olvidarnos de las gigantescas ventas que siguen teniendo todas sus portátiles. DS y Game Boy/Color se encuentran entre las 3 consolas más vendidas de la historia detrás de PlayStation 2. Entre los últimos juegos que he saboreado se me vienen a la mente Luigi’s Mansion o Yokai Watch.

¿Y a qué viene todo este rollo? A las críticas que ha recibido Nintendo en sus últimos anuncios, en concreto con su lanzamiento de Super Mario 3D All-Stars. Las redes sociales y los neo sofistas digitales viven totalmente ajenos a la realidad lanzando soflamas sobre lo que les parece o les deja de parecer dependiendo con qué pie se han levantado ese día. Separación entre el bien y el mal sin ningún criterio más que la arbitrariedad absoluta. No hay análisis, hay distracción.

La despedida de hoy es un buen momento para recordar la manía principal de los filósofos griegos: pensar. Afán por conocer y comprender el mundo en el que vivían. Sócrates planteaba preguntas como mejor forma para despertar el conocimiento de las personas. Tras una vida entera dedicada al conocimiento, el griego aceptó su condena. Pudo escapar y eludirla, pero no lo hizo. Prefirió morir a contravenir sus principios morales. 2.500 años más tarde, lo que se lleva es el boicot moral. Monsergas que nunca llegarán a la acción pero que molan en la ilusión de las redes sociales. ¿Ignorancia? ¿Miedo? ¿Envidia? Nos vemos en The Show, Alan.

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