Después de terminar y revisar mi primer texto sobre Burning Crusade me quedó una sensación extraña. La nostalgia había guiado mis manos, preparandose de alguna manera para el duro golpe de realidad que vendría después, cuando la parte racional y más experimentada entrase a valorar la vuelta de un joven aventurero con 15 años más a cuestas. No quiero que se me malinterprete, World of Warcraft es uno de los juegos que mejor le han tratado el paso del tiempo. Su fórmula sigue estando viva y acomodarse a sus bondades (y defectos) solo es cuestión de un par de horas completando las primeras misiones. Donde reside la duda y la desconfianza entre ambas temporalidades es precisamente con los ojos con los que miramos un mismo videojuego. Ahí reside la problemática central de este segundo texto.
Burning Crusade me enseñó un mundo de posibilidades que otros videojuegos no habían necesitado mostrarme, porque así ya estaban completos. La interacción social, la acumulación de recursos y la gestión de inventario se la dejaba a fórmulas como Habbo Hotel o Diablo II, donde no necesitaba romperme mucho la cabeza para poder disfrutar de la propuesta.
Aquí es donde empezaron las dudas, fruto de la idealización de su fórmula y unida al envejecemiento de ciertas mecánicas; una de las primeras barreras con las que tuve que lidiar. Esta se topó de bruces con el poco recuerdo que acumulaba sobre las rutas de farmeo, misiones y cualquier utilidad que puede tener a mi alcance para progresar mucho más rápido. Me volví a sentir solo y desorientado, con una progresión y un mapa que no podía abarcar, donde veía como las horas avanzaban mucho más rápido que mi barra de experiencia.
¿Qué ha pasado? ¿Estoy haciendo algo mal? ¿Por qué ahora no consigo subir en una hora lo que antes conseguía con la mitad de tiempo? Resolver estas dudas fue navegar entre un mar de lo que tengo y lo que tenía, de lo que se ahora y de lo que sabía antes, de lo que ahora estoy acostumbrado y antes no… Darme cuenta de la respuesta ha sido una de las revelaciones más díficiles a las que me he tenido que enfrentar al escribir un texto. Y sin embargo, lo estáis leyendo.
Un pie, después el otro. Así se aprende a andar.
Como ya escribí en el anterior texto, mi aventura terminó con The Lich King, una expansión que que disfruté pero a la que nunca le saqué todo el jugo posible. No os voy a mentir, queria una caballero de la muerte y, al llegar al nivel 50, todo mi esfuerzo se volcó en conseguir entender esta nueva clase. Azares del destino, otro tipo de títulos y una mala racha que desembocó en suspensos me apartaron (voluntariamente) de uno de los juegos que más me había llenado hasta entonces. Desde ese momento mi contacto con todo lo que rodeaba a Azeroth fue nulo hasta estos días donde he podido volver a pasear por los senderos que tiempo atrás ya había recorrido.
Se que mucha gente, asidua a quemar cada expansión según sale y meses después abandonar, verá en estas líneas las mismas quejas de un novato; y es que en parte es así. No saber como avanzar, tener que buscar entre portales con ingente información fruto de años de acumulación o volver a recordar ciertos patrones para farmear, fueron conceptos que me abrumaron de tal manera que los primeros días no avanzaba apenas un par de niveles. «Esto antes yo lo hacía mucho más rápido» o «¿seguro que estoy jugando bien a esto?» fueron dos de las preguntas que rebotaban una y otra vez por mi cabeza, cual salvapantallas con el logo de DVD.
La respuesta a estas preguntas se hallaban en el fondo de un rincón oscuro de mi cerebro, allí donde guardamos ese conocimiento que no necesitamos usar diariamente. Allí mismo, donde mi yo de 15 años se estaba descojonando de mí al ver como no podía completar una triste misión sin mirar veinte páginas donde desgranaban cada misión punto por punto. Me sabe mal y en cierta parte me avergüenzo pero es que este sentimiento es el mismo que tuve cuando entré por primera vez, solo que no lo recordaba.
Conocer el entorno, las rutas, las ciudades y cualquier elemento útil que nos ayude a progresar es crucial en World of Warcraft. Si no posees ese conocimiento, lo tienes que adquirir… y Blizzard ha sido siempre partidaria de enseñar las cosas a su manera, de facilitar las cosas lo justo y necesario para no perder la atención pero no regalar nada al usuario. Así es como conocí a Blizzard con Diablo y así es como me la he vuelto a encontrar 15 años después.
En pleno 2021 enfrentarnos a un mundo abierto donde no haya un indicador de hacía donde continuar o un sistema de marcado con el que ir guiando nuestra aventura del punto A al punto B, es impensable. Hasta juegos como Ghost of Tsushima, que intentan prescindir de elementos en pantalla, se ha buscado la manera de utilizar el viento para guiarnos en nuestro camino. Sin embargo, Blizzard ha apostado por llevar la versión más pura hasta nosotros. Podrían haber añadido todas las mejoras que se han ido implementando con el paso de las expansiones, dejando una especie de remake adaptado al jugador nuevo que quiera revivir la experiencia; pero no ha sido así. La propuesta es volver, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Aquí es donde toca decidir si queremos aceptar esta propuesta o facilitarnos la vida instalando la ingente cantidad (y mucho más accesible que entonces) de plugins que hay para aliviar los puntos más flacos de WoW. Al principio fuí rehacio, quería tener la experiencia más fiel posible, pero volví a oir la carcajada de mi yo de 15 años desde el fondo. Rebuscar dos minutos entre páginas de plugins fue darme cuenta de que, parte de mi conocimiento y de mi rápida progresión, era gracias a muchos de aquellos plugins que por aquel entonces eran mi santo grial y que hasta guardaba en algún CD regrabable cada vez que tenía que formatear. Allí con ojos tiernos me esperaba Questie, Bagnon o Scrap que yo mismo recordaba como de serie con el videojuego. Como distorsionamos los recuerdos a veces…
También hay un factor muy crítico y que creo que es muy importante destacar ya que tiene que ver con los plugins de WoW. La industria del videojuego nos ha acostumbrado a una mecánicas que premian la facilidad por encima de la habilidad del propio jugador, llegando a eliminar la relación entre el jugador y el universo que se le plantea. Ya no hace falta investigar, porque apretando un botón sale un mapa completo con puntos grandes y descripciones detalladas de donde está todo. Marcarlos es aceptar que queremos ir del punto A al punto B sin preocuparnos de explorar, de descubrir, y de alguna manera rechazamos la exploración como una mecánica más. Por C’Thun si nos dicen hasta los metros que nos separan y cuanto vamos a tardar.
Comodidades, por otra parte, a las que no queremos renunciar y que cuando no se plantea en el apartado jugable, nos hacen gruñir como un señor mayor. From Software demostró que no siempre hay que tratar al jugador con ropajes de seda y que a veces ellos mismos son los que quieren tirarse al barro. Esta segunda revisión de WoW me ha hecho ver como, con cuatro mecánicas bien planteadas, podíamos pasar horas, simplemente investigando que demonios había que hacer en cada misión o cual era la mejor build para hacer 100 DPS más que nuestro rival.
Estos planteamientos resolvían una de mis primeras preguntas: ¿cómo sabía que tenía que hacer y donde acudir?. La respuesta de esta pregunta me llevaba a resolver la siguiente: ¿por qué no subo tanto en una hora como antes?.
El tiempo no se detiene para nadie
Me acuerdo la única norma que tenía en casa con «el juego ese de magias»: solo podía jugar después de hacer los deberes y haber estudiado. No voy a mentir y decir que siempre cumpliese esta norma (las raids no se iban a hacer solas) pero era una guía para saber cuanto tiempo podría dedicarle al WoW. Por aquel entonces terminar la tarea no me llevaba mucho más de media hora, un par de horas si había trabajos que dejase para última hora; estudiar ya era otro cantar, pero no os voy a contar mi vida. A partir de entonces podía tener hasta cuatro o cinco horas para jugar todo cuanto quisiera… y casi todo iba invertido en mi gnoma pícara.
Ahí está la respuesta. No es que antes subiese más en una hora. No es que antes la experiencia estuviese en un x2. No es que antes supiese jugar mejor que ahora (que también), ni tampoco es que antes hiciese trampas. Es que antes disponía de una cantidad de tiempo mucho mayor que ahora, donde sacar un par de horas entre semana es sacrificar parte de mis responsabilidades para ello.
Hace mucho que una losa tan grande no cae sobre mi cabeza, y esta ha sido una de las más grandes con las que he lidiado. Me hago mayor, o al menos me hago lo suficientemente viejo como para tener las suficientes responsabilidades y no poder dedicar todo el tiempo que quiero y que requiere un juego como World of Warcraft. ¿Lo peor? Es que me encantaría y hasta renunciaría a otros títulos solo por volver a perderme por Terrallende. ¿La realidad? Es que es complicado lidiar con el día a día. La historia del héroe que vuelve a la tierra natal y, aunque todo este igual, ya nada es lo mismo.
Con un mando entre las manos desde el 92. Crecí con un dragón morado, un erizo azul y un fontanero que no se dedica a la fontanería. De mayor intenté comerme la tarta... pero era mentira. Retarme a un duelo de insultos puede ser una decisión mortal. Y por si fuera poco, dirijo una isla de monos... por lo que de mayor ¡quiero ser un gran pirata!.
[…] para bien o para mal. Esto mismo ya me ocurrió hace nada (también de la mano de Blizzard) con mi vuelta a World of Warcraft y de nuevo, mi adolescencia entre clicks, maná y árboles de habilidades me mira a los ojos y me […]
Cuando Notch (el creador de Minecraft) presumía de que Minecraft era un juego infinito, un gamer famoso le respondió,
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Yo he intentado volver a jugar al WoW varias veces, para rememorar tiempos en los que echaba hasta 12 horas en un día, porque disponía de ellas, y al final terminas haciendo unas cuantas misiones diarias o unos campos de batalla y, la Vida Real(TM) vuelve a llamar a tu puerta para impedirte hacer algo más complejo dentro del juego.
Sí, a este sentimiento se le llama hacerse mayor 🙁