Con sesenta años recién cumplidos, no pasa el día en que no me sorprenda del avance imparable del desarrollo de la industria del videojuego, son solo en su contexto comercial, sino en el creativo y, sobre todo, en el diseño cada vez más realista. Y siento la sensación de que esa evolución incide en la mejora de la experiencia de juego de los nuevos títulos, y en el desarrollo de nuevas plataformas cada vez más potentes.
Mi primera experiencia con los videojuegos fue en el año 1976, era un adolescente que paraba por los salones de billar a donde llegaban las primeras máquinas exportadas desde USA, una réplica del juego de ping pon muy rudimentaria, que constaba de una línea vertical partiendo la pantalla en dos, dos líneas más gruesas a cada lado a modo de raquetas, un punto que se movía rebotando y un marcador para anotar los tantos. Para la juventud de entonces aquello era el paradigma de la modernidad, y las colas se hacían intermítales frente a la máquina.
La fiebre de las arcade
Después llegaría la fiebre del Pacman, y los marcianitos, ya con gráficos formados con pixeles de colores, sonido y efectos, que se convirtieron en un referente importante para nosotros. A partir de ahí, llegaron los años 80 y la industria creció de manera importante. Para nosotros eran de capital importancia los videojuegos, ya que dejábamos atrás toda una serie de juegos rudimentarios de calle y acera, muy colaborativos, pero también muy arcaicos. El ocio encontró una alternativa mucho más vanguardista. Los videojuegos representaban una modernidad a la que todos estábamos dispuestos a aferrarnos.
Nos hacía encontrar espacios nuevos y diferentes, y como el desarrollo fue imparable, cada seis meses asistíamos a lanzamientos cada vez más sofisticados; y luego, nuevas plataformas que procesaban mucho más rápido, continuando con los ordenadores personales donde podíamos jugar a los juegos interactivos como Monkey Island, o Indiana Jones con una calidad sobresaliente, unas historias increíbles en la que te convertías de primera mano en el héroe de la historia, y unos gráficos que a pesar del pixelado nos parecían increíbles.
La época actual
Hoy veo a mi hijo jugar en las PS4 de Sony y no dejo de alucinar con el desarrollo de los videojuegos después de tantos años, y como han llegado a convertirse en una realidad casi palpable, cinematográfica, plagada de experiencias increíbles, desde emuladores súper sofisticados de coches, aviones o helicópteros, pasando por todo el entramado de títulos de acción, o los juegos interactivos cada vez más inauditos. En fin, que ahora con mi edad celebro la emoción de encontrarme con todos esos juegos creados por expertos programadores, que nos acercan a la representación más realista posible de lo irreal, que nos hacer sentir que estamos viviendo en la realidad virtual una realidad soñada.
Existen muchos colectivos que se han mostrado hostiles y reticentes a los videojuegos, por numerosos conceptos morales como la violencia explícita, o las moralinas asociadas a las conductas. Pero en realidad, los videojuegos son un sueño que se hizo realidad, y del que uno, puede formar parte, incluso sesenta años después.
Por tanto, con esta edad me siento subyugado por un espacio creativo donde las alternativas con infinitas, y donde tu criterio puede siempre encontrar el modo de encontrar un juego aliado. Donde ese espacio de ocio tan preciado puede convertirse en una experiencia apasionada de satisfacción, y donde todos los instintos pueden alcanzar su punto más álgido. Feliz por tanto de poder asistir a todo este despliegue de medios que incluyen la realidad virtual, donde la experiencia se hace carne.