El mundo se paraliza. Tu rutina, en consecuencia, también. El entorno exterior, que antaño te salvase del tedio y la repetición, se desvanece frente a tus ojos. Cuando va empezando lo entiendes, te resulta sencillo comprender que se trata de un protocolo superior, que lo que estás haciendo (o no haciendo) hoy, te servirá para mañana. Entiendes que se trata de una crisis, quizás de las primeras a las que te toque asistir, al menos si como yo, vas empezando en esto de la vida. El hecho de que estés aquí, leyendo un texto sobre videojuegos , lo haces porque quieres que el tiempo pase más deprisa. Quieres que al reloj le de un ataque epiléptico y que al calendario se le acelere el pulso, hasta convertir el hoy en ese utópico mañana, ese día glorioso en el que finalmente, tras haberte enclaustrado durante quién sabe cuánto, puedas vivir afuera de tu casa. Y afuera de ti. Porque parte de que muchos de nosotros estemos odiando el encierro es precisamente que el encierro no es en un espacio, no es en un terreno o en un día viernes que nada de distinto tiene a un lunes, el encierro es contigo. Estás atrapado con todo aquello que sólo te sucede a ti, y cuando ficción tras ficción, juego tras juego, película tras película, tus papilas existenciales se exhaustan, es cuando te pones a pensar en lo mucho que extrañas salir a la puñetera calle a ver al mundo suceder.
Al menos eso es lo que me pasa a mí. Y no creo ser la única persona en este mundo que necesite descansar de sus propias neuronas. No creo ser el único que necesita de un otro. Extraño a mi novia, extraño a mis amigos, extraño el café de las 8 de la mañana en la facultad, y extraño quedarme dormido en clase de Cultura y Sociedad. Como no tengo acceso a ninguna de esas experiencias, me pongo a jugar a videojuegos. La biblioteca de steam permanece, a pesar de todo, inalterada. Navego entre esas pequeñas joyas que no por ser pequeñas significan menos, la clase de videojuego que en una hora consigue sentirse infinito. Far From Noise me da la bienvenida con unos sonidos que me recuerdan a la brizna del campus; con un diálogo entre un hombre y el panorama; y con un mar en el que desearía arrojarme con tal de sentir algo distinto. Y por un breve instante, entre las mismas cuatro paredes y las mismas 24 horas, siento que estoy afuera. Y siento que ya es mañana.
Enfrentado a esa incertidumbre, a ese momento que oscila entre el futuro y el presente, con mil ansiedades ralentizando tus ideas, es en donde Far From Noise, la obra de George Batchelor, te posiciona. Un risco en el que tu auto se balancea, un paisaje que te reta a no pensar en poesía, y unos sonidos como única confirmación de que algo más, aparte de ti, existe en este momento. Una vez nos hemos adaptado a este entorno tan extraño por ser apacible, comenzamos a sentir que las ideas que recorren nuestras sinapsis recobran su flujo. ¿Cómo hemos acabado aquí? ¿quiénes somos? ¿vendrá alguien a rescatarnos? Estas preguntas, al menos desde mi experiencia, moldearon la actitud con la que me enfrentaba al título. Quería actuar como alguien rodeado de gente en un entorno donde yo era el único. O eso pensaba.
Alejado de las personas, alejado de un paisaje que no fueran los rascacielos, y de su habitual polifonía, una nueva forma de socialización se adueña de tus diálogos. De pronto te das cuenta de que desprenderte de tus relaciones y de tus vínculos, puede significar desprenderte de tu propio ser. De pronto eres el auténtico dueño de tu historia, de lo que has vivido y de cómo te enfrentas a tu risco tan solitario. Hay una teoría que produce orgasmos entre mis compañeros, llamada interaccionismo simbólico. Para resumirla de forma más o menos grosera, dicha teoría indica que los otros son vitales para construirnos identidades individuales; que observarnos desde otros ojos puede convertirse en parte de cómo nos vemos nosotros. Los seres humanos vivimos en sociedades, además de para satisfacer nuestras necesidades más fisiológicas, para conseguir sentirnos únicos. Sólo puedes sentirte específico cuando hay miles alrededor de ti.
¿Y quiénes somos cuando nos quedamos solos? ¿Qué puedo aprender de un venado, de una tormenta o de la luz del sol temblando sobre el mar que me permita crearme? Quizá no aprendas nada, quizá la ansiedad te domine, y decidas largarte a jugar otro juego. O quizá te quedes. Quizá observes algo que al principio, en el viento, en el océano y en los animales, te parecía invisible. Quizá, asumiendo tu situación, te conviertas en un gato, y existas a medio camino entre una muerte segura y una vida distinta a la que habías vivido.
Far From Noise es un juego que confía en tu capacidad para cerrar la boca y escuchar lo que tu espacio tiene por decir. A medida que avanza el juego, emitir diálogos y diálogos comienza a perder el sentido. No porque nadie te esté respondiendo, sino porque las respuestas sólo las obtienes cuando te propones percibir todo lo que te rodea.
Far From Noise es, también, un videojuego que me descompuso, porque me ayudó a comprender que estar solo no significa ser el único. Me mostró que un entorno ubicado en medio de la nada, puede significarlo todo para alguien incapaz de moverse porque eso supondría un riesgo para su vida. Me ayudó a escuchar un ecosistema que existe aparte de mí, a respetarlo y vivir sin conflictuarme con sus elementos. No es una solución para el aburrimiento, ni una excusa para procrastinar de forma filosófica; creo que se trata de una terapia que puede ayudar mucho a quien necesite sentirse en compañía. Estuve acompañado, como ya mencioné, del mismo venado y del mismo vehículo. Estuve acompañado entre las mismas cuatro paredes de una pantalla, durante la misma cantidad de horas. Existí, por otro instante, en el aquí, en el hoy. Pude olvidarme de mañana, y valorar la respiración que ahora mismo me ayuda a seguir siendo.
Irónicamente, un título que consiste en no hacer nada ha venido a rescatarme de la inactividad. Porque en la inactividad yace todo un universo cimentado sobre tres columnas: contemplación, introspección y reflexión, y el punto en el que todas convergen y te llevan a una zona distinta.
No me suenan muchas obras que hagan algo así. Que te lancen hacia el futuro desde un ahora tremendamente estático. Es la combinación que me hacía falta, y este juego me la dio en una sola tarde.
Voy a seguir extrañando las cosas que he extrañado desde que esto comenzó. Voy a seguir deseando que sea mañana. Pero debido a Far From Noise, el hoy ya no me parece tan horrible, y mis cuatro paredes ya no se ven tan iguales. Ser un gato de Schödringer, con una casa por caja y un virus por veneno, no me deja muchas más certidumbres. Sólo sé que, cuando la caja se abra y el veneno se haya evaporado, el gato que sale no será el mismo que ha entrado.
Un día comencé a escribir sobre lo que los videojuegos me hacen sentir. Parecía tener sentido. No he dejado de hacerlo; no lo dejaré de hacer.
Escribo para Isla de Monos.
Estudio Lengua y Literatura de Hispanoamérica.
En general, soy una persona.