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Ciclo de Raccoon City - Segunda Parte
Por Santiago H. R. Publicado en Artículos en 1 junio 2020
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Puedes leer la primera parte del ciclo de Raccoon City aquí


IX

Raccoon City era un caos. Pese a los esfuerzos del R.P.D. y la Oficinal del Sheriff del Condado, los asesinatos en la Montañas Arklay no disminuían. Brian Irons había anunciado el 9 de julio que el Equipo Bravo de S.T.A.R.S. se haría cargo de la investigación, pero el plan no avanzaba. La otrora calma reinante en el cuerpo de élite era historia. Los miembros del Equipo Alfa andaban malhumorados ante la inoperancia de sus líderes; Enrico Marini daba instrucciones contradictorias al Equipo Bravo; y Albert Wesker, el capitán, aparecía y desaparecía sin dar motivos.

La mañana del 23 de julio todo parecía a punto de estallar. Las muertes en Arklay descansaban sobre los hombros de todos y cada uno de los miembros del R.P.D. “¿Para qué servimos entonces?”, decían sus caras. Pasaba las mañanas en la comisaría hablando con unos y con otros, pero el trato lo percibí más frío, más distante. Incluso Brad parecía sumido en una suerte de apatía hosca. Decidí visitar el hospital por la tarde. El doctor Bard no mostró interés alguno por mí cuando le pedí permiso para revisar unas cosas en su laboratorio. Sus ayudantes sí se mostraron más amables y respondieron a las preguntas que les hice (casi todas insustanciales, por cierto), pero el doctor se encontraba meditabundo mirando unos papeles y no paraba de repetir para sí:

—Parásitos, parásitos. ¿Qué sentido tienen los parásitos?

Atardecía cuando opté por echar un último vistazo por la comisaría. Quería hablar con Chris, Jill o Barry, que últimamente me hacían el mismo caso que los demás, es decir, ninguno. La entrada al R.P.D. se hallaba atestada de furgones de la prensa local. “¿Qué está pasando?”, pensé. No tardé en encontrar la respuesta. Al parecer, durante la tarde se habían reunido Irons, el alcalde Warren, Albert Wesker, Enrico Marini, un par de concejales y tres miembros del R.P.D. (entre ellos Marvin, que andaba en todo). El Equipo Bravo iría a investigar las Montañas Arklay. Por fin.

—¿Mañana por la mañana? —Le pregunté a Jill, que estaba de pie, nerviosa perdida, en la sala de conferencias.

—Esta misma noche. Irons se ha terminado de volver loco —dijo en apenas un susurro.

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X

La despedida en la azotea de la comisaría fue lo más parecido a despedir a héroes. La mayoría de los miembros del Equipo Bravo no disimulaban su felicidad por poder entrar de una vez en acción, pero la seriedad de Enrico enturbiada el buen ambiente; Rebecca Chambers, la novata del Equipo, se mordía el labio. Irons, el alcalde y la prensa no dejaba de atosigarles con palabras cargadas de consejos. Wesker le susurraba algo a Enrico Marini. Kevin Dooley, un policía del R.P.D., ya se encontraba en la cabina del helicóptero comprobando que todo estuviera a punto.

—Debería ir yo —se quejó Brad a Chris.

Chris Redfield fumaba sin prestar mucha atención a su compañero. Estaba claro que no se alegraba de haber sido descartado para la primera misión verdaderamente importante de S.T.A.R.S., pero guardaba silencio. Barry ayudaba a Forest con un lanzagranadas, y era el único que parecía dispuesto a ayudar al Equipo Bravo. Les dedicó palabras de ánimo. Irons aprovechó la situación para hacerse una foto con el Equipo Bravo. En un claro error de protocolo, no había invitado al alcalde. “El que saldrá en los periódicos mañana será el Jefe de Policía, no Warren”. ¿Cómo había podido cometer un error de ese tamaño? La cara de Michael Warren no dejaba traslucir sentimiento alguno, pero seguro que había tomado nota.

Al anochecer, con el cielo oriental teñido del color de un moratón viejo, el Equipo Bravo marchó hacia la Montañas Arklay.

XI

Quedó un silencio incómodo en la azotea. La noche no daba tregua y sentía el sudor corriendo por mis axilas. Irons comenzó a soltar una perorata a los familiares del Equipo Bravo, que no se mostraban muy confiados con que sus seres queridos marchasen en mitad de la noche hacia un bosque que desde hacía semanas se tragaba a los vivos para devolverlos muertos. Devorados.

Albert Wester dio orden a los miembros del Equipo Alfa para se marchasen a casa. Tenían que descansar, demasiadas horas en tensión. Yo me quedé un rato más sentado en un banco de la azotea fumando con un tal Elliot, un policía bastante agradable, que me confesó el pasado de Irons.

-—Lo procesaron por una supuesta violación en sus tiempos como estudiante universitario. ¿Tú no eras profesor de universidad?

—Sí, pero no me dedicaba a violar gente cuando era estudiante.

-Supuestamente -me corrigió Elliot con una sonrisita y mirando alrededor para cerciorarse de que no había nadie-, pero todo el mundo sabe que Irons está mal de la cabeza. ¿Has visto su despacho? -Negué con la cabeza-. Es propio de un demente, uno que es nuestro jefe. Y uno muy bien relacionado.

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XII

Soñé que era una mentira. Matt Gorkins, mi amigo Matt Gorkins, que siempre había sido mi apoyo, me consolaba y me hablaba sobre un futuro esperanzador.

Desperté sudando de frío. La luz de la mañana bañaba mi habitación, desastrada, poblada por ceniceros a rebosar e informes manuscritos diseminados alrededor del portátil. Me levanté y observé la calle. Raccoon seguía siendo un caos: los ciudadanos apenas si salían en solitario, los conductores no respetaban las señales y una pareja de policías tomaban nota de sus matrículas pero no hacía esfuerzo alguno por echarles el alto.

La jornada del 24 de julio resultó rara y espesa en la comisaría. Circulaba el rumor de que el Equipo Bravo no había dado aún señales comunicándose con el R.P.D. También se decía que Irons había intentado ponerse en contacto a altas horas de la madrugada con Albert Wesker, pero este no había contestado. Marvin callaba lo que Elliot verbalizaba: Albert Wesker sería despedido tras la crisis de las Montañas Arklay.

—Es un gran capitán y un excelente policía, pero no se mete en política. Demasiado profesional. Su divisa es el honor —comentó Elliot en la oficina oeste mientras yo hacía como que tomaba notas sobre algo de lo que ya ni me acuerdo.

Marvin le pidió que se callara y volviera a la elaboración de unos informes sobre yo no sé qué. Mi memoria sobre aquellos días es difusa a causa del impacto que todos sentimos. Así pues, después del mediodía, Brian Iron, queriendo que se guardase la operación en secreto, pidió a Wesker que comandase al Equipo Alfa para descubrir qué había pasado con el Equipo Bravo. Era un asunto estrictamente confidencial, y así habría de serlo durante las próximas 48 horas. Por supuesto, Irons se lo contó a Warren, a quien, y hasta yo mismo me daba cuenta, confiaba absolutamente todo. El alcalde, que guardaba el detalle de que Irons le hubiese ignorado el día anterior, filtró todo a los medios de comunicación locales. Hay historiadores e investigadores que aducen que este movimiento fue uno de los desencadentes del fin de Raccoon City, pero no estoy de acuerdo; la metástasis en las instituciones de la ciudad venía de antiguo.

Cuando se hubo filtrado todo, la locura se apoderó en particular del R.P.D. y en general de la ciudad. No pude hablar con Brad, Chris, Jill o Chris y solo conseguí moverme con libertad por la oficina oeste. Los familiares del Equipo Bravo no tardaron en pedir responsabilidades a Irons, aglomerándose en la entrada de la comisaría pidiendo responsabilidades. Los daban por muertos. ¿Qué había en esos bosques?

Bajo otro sol de sangre, vi partir al Equipo Alfa hacia las Montañas Arklay.

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XIII

No pude dormir en toda la noche. La ciudad entera también se hallaba ansiosa, impaciente por recibir noticias sobre los bosques de Raccoon. ¿Qué había pasado con el Equipo Bravo? La televisión y radio locales realizaron un especial nocturno cubriendo la información minuto a minuto. Entrevistaron a la madre de uno de los miembros del Equipo Bravo, pero el asunto se fue completamente de las manos debido a que la mujer no tardó en denunciar las corruptelas de Warren, Irons, concejales y demás representantes de la ciudadanía. El presentador fue incapaz de cortar a tiempo. En ocasiones como esa, los medios de comunicación tienen un gran dilema: share o no share.

Me descubrí casi al amanecer tan medio dormido como medio babeado. Me limpié la cara, y decidí tomarme una ducha y un café para despejarme. No sabía muy bien qué hacer, así que me dejé llevar por el rebaño y fui directo a la comisaría, en cuya entrada había ya agolpados numerosos periodistas, curiosos, familiares e incluso un par de mapaches rondaban por allí buscando que les echaran algo de pan. Porque, claro está, Raccoon City poseía un problema con los mapaches, que eran casi una plaga. Desde luego, la persona que escogió el nombre de la ciudad en su tiempo no se había quebrado mucho la cabeza.

Elliot y una tal Rita estaban junto a los escalones de entrada procurando que las cosas en el patio de la comisaría se mentuvieran en orden. Al verme, Elliot me agarró del brazo y invitó a pasar:

—Ya vienen.

Fui directo hacia la azotea. Marvin hablaba con Irons, el cual, a causa de los nervios y el exceso de peso, sudaba copiosamente. Le pregunté a otro agente para saber las últimas novedades. No le dio tiempo a responderme. Un punto negro apareció en el noroeste. El zumbido se escuchaba incluso a kilómetros de distancia; era el helicóptero de los S.T.A.R.S. Solo uno, solo uno…

XIV

Del helicóptero bajaron Chris Redfield, Barry Burton, Brad Vickers, Jill Valentine y Rebecca Chambers. Esta última, nada más poner pie en el suelo, vomitó dejando un engrudo parduzco que absorbió el sol de la mañana. Jill, que tenía una ceja rota y un ojo cerrado a causa de la hinchazón, la ayudó a recomponerse. Barry sangraba por la cabeza; Brad estaba blanco como la leche y también parecía estar a punto de vomitar. El que me causó mayor impacto, sin embargo, fue Chris: con media traje rasgado, mostraba una serenidad furiosa. Los ojos le relampagueaban y fruncía los labios con tal fuerza que llegué a pensar que los acabaría reventando.

Elliot y Rita habían fracasado, porque la azotea de la comisaría se inundó de personas. Apenas si pude ver más a los miembros de S.T.A.R.S. Me llevé una par de codazos y empujones, y oí a Marvin dando órdenes para intentar mantener el orden. Pero fue en vano. Chris Redfield se abalanzó contra un periodista y le quitó el micrófono. Se encargó de dirigirse a todos para dejar claro lo que quería decir:

—Esto es cosa de Umbrella. Pagará por ello.


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