Quizá mi anterior texto sobre la saga pueda haber llevado a equívocos. Pero si leíste con detenimiento las primeras líneas, sabrás que es una de mis sagas favoritas de todos los tiempos. Bueno, quizá sea mi favorita por encima de todo. Y es que recientemente he podido vivir en primera persona la conclusión de esta historia. Estoy lejos del final todo sea dicho, por lo que no vais a encontrar ni un solo spoiler.
Pero el día de hoy me apetece estrenar una pequeña sección, que espero que se convierta en algo recurrente, donde analizaremos una mecánica concreta destacando sus virtudes, explicando su funcionamiento y porqué nos gusta tanto. Ojo al matiz, que es importante, estamos hablando de una cosa concreta, por lo que no debe confundirse con un análisis del juego en su totalidad. Esos son otros textos que también podréis encontrar por aquí.
De mis 16 horas de juego que llevo inmersos en el universo de KH3 podría sacar un montón de cosas positivas: Sus enormes mundos sin cargas, el nuevo set de movimientos que aportan fluidez al desplazamiento o su increíble apartado visual que deja sin palabras.
Pero creo que todo esto no deja de caer en lo evidente. Al que en cualquier análisis del juego seguro que ya se han molestado en señalar. Por lo tanto, hoy vengo a resaltar otra de las cosas que captó mi atención de forma especial. Sobre todo, en comparación con otros juegos que tratan de implementar lo mismo, pero de peor manera. Estamos hablando de algo de habitual como son los coleccionables.
Pegatinas y tesoros
Como ya es costumbre, vamos a realizar un pequeño repaso al resto de juegos para entender el porqué de que destaque los portafortunas por encima de otros. La saga Kingdom Hearts, en especial en sus versiones Final Mix, se ha caracterizado por tener una buena cantidad de secretos y cosas por coleccionar. Desde los clásicos cofres escondidos por el escenario hasta jefes secretos y retos especiales tan memorables como la Micorganización XIII.
Cada juego siempre trataba de poner algo adicional pero poco innovador para hacernos dar unas cuantas vueltas más por sus mundos Disney. Las pegatinas de Birth by Sleep serían un gran ejemplo de ello, ya que para muchas necesitábamos avanzar en la historia para que nos dieran habilidades especiales que eran necesarias para obtenerlas. De esta forma, se fomentaba un poco el “backtraking” y le daba un nuevo sentido al hecho de volver a visitar los escenarios en busca de novedades.
Pero estas búsquedas son más bien anodinas. Puede que haya algún que otro cofre puesto a mala idea, pero la mayoría están colocados siguiendo el recorrido natural del mapa. Muchos caminos secundarios del juego, de hecho, están puestos solo para albergar estos coleccionables al final del recorrido. Por lo tanto, con un par de vueltas al mundo y explorando un poco las plataformas lo podemos completar casi en su totalidad sin necesidad de guías.
Que oye, esto no es algo negativo. Es una sensación muy satisfactoria la de completar toda la sección de tesoros por ti mismo. Pero esta casi se hace por accidente en tus exploraciones habituales en busca de recursos o en la primera ocasión incluso, con lo que pierde un poco de la magia.
Lo mismo pasa con las pegatinas. Son literalmente coronas doradas flotantes. Están gritando que las recojas a los cuatro vientos. Alguna hay más oculta que otra, por supuesto, pero lo difícil nunca es encontrarlas. Más bien, existen para comprobar tu destreza con los diferentes movimientos. Pero nunca terminan de ser lo suficientemente complicados como para que, una vez reunida la habilidad necesaria, sea cuestión de minutos.
Además, hay que tener en cuenta que estos conceptos están totalmente desconectados del juego y su trama. No estoy diciendo que todos los coleccionables tengan que estar siempre atados a la historia que me quieres contar. Entiendo que no son más que excusas jugables para que me des algo que hacer y un par de recompensas por mi esfuerzo.
Ahora, que gusto da cuando te cae en las manos un juego que hace esto bien. Cuando saben enlazar una cosa con la otra, haciendo que pasen de ser meros trámites a ser una parte indispensable de la experiencia completa, reforzando por el camino la narrativa y los mensajes que desea comunicar.
Un viaje que recordar
Kingdom Hearts 3 está planteado como un viaje. Uno donde Sora debe recuperar el poder perdido. Donde tiene que buscar a los guerreros de la luz restantes. Y tratar de desbaratar los planes del malvado Xehanorth, que, en esta ocasión, parece tenerlo todo muy bien atado.
Por lo tanto, estamos ante la estructura clásica de una odisea. Un viaje del héroe donde Sora tendrá que aprender cosas por el camino. Pero al mismo tiempo, se trata de un viaje a una conclusión. Un final, ahora sí, definitivo. Una preparación para lo que será la batalla final y la conclusión a toda una saga.
Para enlazar todas estas cosas, al principio de la aventura se nos otorga un nuevo y curioso elemento que viene a sustituir el clásico Diario de Pepito que siempre habíamos tenido: El Gumífono. Una especie de parodia de un smartphone convencional que, al principio, le tenía un ojo echado por lo extraño de la propuesta y por lo que podía desentonar con la filosofía de la saga.
Y me equivoqué. Mucho. Para empezar, disponer de un teléfono en una historia llena de personajes secundarios, que además en esta tercera entrega se amplía bastante, es la mar de práctico a nivel narrativo. Los personajes pueden compartir información desde diversos puntos, haciendo que todo sea más fluido y sin recurrir a conveniencias mayores de las que tenemos habitualmente.
El Gumífono no solo sirve de propósito narrativo, si no que justifica, de alguna forma, una serie de nuevos añadidos de forma que sea todo un poco más orgánico. Los minijuegos en forma de tributos a la saga de Game & Watch y los cortos antiguos de Disney se convierten en sencillos juegos de móvil que obtienes al escanear códigos QR. El ya clásico modo foto que tan popular se ha vuelto en esta generación se convierte, literalmente, en la cámara de nuestro nuevo teléfono.
Y aquí está parte de la magia y como todo se enlaza. Sus preciosos mundos invitan a que los fotografiemos. Queremos hacernos selfies con nuestros amigos por una cuestión de integración con la historia. Porque, de alguna forma, estamos documentando esta aventura. Una que solo viviremos una vez. Un viaje único y personal.
Por eso los portafortunas son una añadido fantástico a todo esta fórmula. Algo que redondea el conjunto y le da un valor más allá del clásico coleccionable. En esencia, no son más que una serie de iconos que debemos descubrir indagando por todos los rincones del mundo.
Esto es un perfecto homenaje a los huevos de pascua que Disney esconde en sus películas, ocultando la silueta del famoso Mickey de formas muy particulares. Porque se trata de una silueta muy sencilla de realizar. Un círculo grande con dos pequeños. Estoy convencido de que si miráis por vuestro entorno ahora mismo os encontraréis con alguna.
Ahí reside la gracia de esta búsqueda donde ningún icono en el minimapa nos va a ayudar. Algunos pueden ser más evidentes que otros, pero todos y cada uno de ellos tienen ese elemento de sorpresa cuando te los encuentras. Siempre sueltas ese pequeño “ostras” cuando logras encontrar uno, aunque fuera un poco evidente.
Pero la sensación de satisfacción es indescriptible cuando logras localizar alguno de los complicados. Hablo de esas nubes en la lejanía, de esa montaña recortada, de esa mesa de cafetería que jamás podrías imaginar que tuviera una oculta. Esa es parte de la magia de los portafortunas.
Que la forma correcta de localizarlos es desconfiar de todo. Es explorar cada rincón desde todos los ángulos. De esta forma, reparas en detalles del entorno que te dejan sin palabras. Es un truco muy sutil para que dirijas tu atención a los escenarios, que con tanto mimo se han creado para este título.
Y al ser escenarios mucho más verticales y con más recovecos, las posibilidades son infinitas. Os prometo que no estoy exagerando: Ahora no paro de ver caras de Mickey en todos lados. Mi subconsciente se ha acostumbrado a ver patrones circulares y sospecho de todo. Hasta ese punto logra introducirse el concepto en el jugador.
Pero todo esto tiene un punto aún más interesante. El hecho de tener que fotografiarlos aporta mucho a la experiencia. De verdad. No serían ni la mitad de interesantes si solo tuvieras que pulsar un botón o acerca a ellos. Al tener que buscar el ángulo correcto, se dan situaciones desternillantes. Y como solo la primera foto es la que se guarda, pues de pronto tienes a Hércules marcando musculitos al lado de una pared o el pico de Donald que se cuela en tu selfi.
Al final, todo eso son recuerdos que acumulas. Las fotografías son la única manera que tenemos de congelar un fragmento de tiempo para siempre. Uno que se mantendrá inalterado. Al igual que el viaje que estás a punto de completar. Por eso me encantan los portafortunas. Porque no los siento como un objetivo que tachar de una lista. Si no que se lo hace venir bien para formar parte integral de esta odisea. Haciendo que sea un elemento divertido y ameno a todo el conjunto. Y eso, viniendo de un simple coleccionable, me parece, como poco, algo muy reseñable.
Ingeniero informático en proceso y juntaletras frustrado. Estoy en la tripulación para narrar mis desventuras como jugador y divagar sobre esta preciosa industria. Sí, me gusta FFXIII y ME: Andromeda. No me escondo.